martes, 3 de enero de 2012

La “vigencia del peronismo” y la lucha de clases (una respuesta a Abel Fernández. 1° parte)


El post que colgamos ayer sobre la relación entre Soria y el kirchnerismo disparó una respuesta un tanto ofuscada en el Blog de Abel Fernández. Acá queremos responder a algunas cuestiones que nos parecen centrales. Por la extensión de la respuesta vamos a dividir el tema en dos post. En esta ocasión es preciso agradecer la importante colaboración de Fernando Rosso en esta respuesta.


Abel finaliza su post señalando que “Sucede que el peronismo ejerce el poder estatal, y se plantea, como toda fuerza política en serio, seguir haciéndolo. El troskismo no tiene ese problema, y por eso puede dedicarse, sin contradicciones, a cuestionarnos. Eso sí, creo que a nosotros nos viene bien cuestionarnos a nosotros mismos. Ayuda a nuestra vigencia (resaltado mío)
La vigencia del peronismo como movimiento político no es sólo el resultado de su capacidad para incorporar las “alas disidentes” o para la rosca interna. Este es un atributo fundamental que, posiblemente, el resto de los partidos políticos patronales de la Argentina no tengan en igual medida.
La cita de James del post anterior (y que Abel reivindica) tenía el objetivo de mostrar las tensiones en la “vigencia” del peronismo. Pero la misma definición esconde una contradicción que no es tal. El peronismo, como forma de “poder estatal” y como “movimiento social” tiene una unidad estratégica.
En el poder o en el llano, el peronismo sustenta la conciliación de clases, la unidad entre el movimiento obrero y los sectores de la burguesía que defienden los intereses de la nación frente al imperialismo y las oligarquías locales que son sus aliadas. Desde esta concepción, el peronismo en su conjunto no se propone superar los límites de la sociedad capitalista sino apostar a su “humanización”.
“Buscamos suprimir la lucha de clases suplantándola por un acuerdo justo entre obreros y patrones al amparo de la justicia que emana del estado” (James, Pág. 51)
De ahí que, en tanto “forma estatal” como “movimiento social” el peronismo se haya sostenido y perpetuado sobre la base de evitar tendencias más revolucionarias y hacia la independencia de clase que se expresaban entre los trabajadores pudieran desarrollarse.

El “primer peronismo” ante el golpe gorila del ‘55

El primer peronismo llegó al poder como resultado de una combinación de circunstancias. Una parte fundamental estuvo en el rol del Partido Laborista fundado por Cipriano Reyes, Luis Gay y otros dirigentes. Como señalan Murmis y Portantiero en un trabajo clásico “en el proceso de génesis del peronismo tuvieron una intensa participación dirigentes y organizaciones gremiales viejas, participación que llegó a ser fundamental a nivel de los sindicatos y de la Confederación General de Trabajo y muy importante en el Partido Laborista” (Pág. 132)
El papel político que cumplió Perón fue  preventivo: el de evitar que la crisis social y política que se continuaba desde la “Década Infame”, acuciada por las consecuencias de la posguerra desembocara en “el resurgimiento del comunismo adormecido”. Para lograrlo se vio “obligado a hablar el lenguaje de la revolución”.  Una vez en el gobierno, inclinó la balanza hacia la centralización del poder, intentando liquidar las tendencias independientes. No está demás recordar que Cipriano Reyes fue a parar con los huesos a la cárcel por negarse a la subordinación.
James señala que “gran parte de los esfuerzos del Estado peronista desde 1946 hasta su deposición en 1955 pueden ser vistos como un intento de institucionalizar y controlar el desafío herético que había desencadenado (…) el peronismo fue en cierto sentido, para los trabajadores, un experimento social de desmovilización pasiva” (Pág. 51).
El “desafío herético” tuvo como fin evitar la irrupción independiente del movimiento obrero en la escena nacional en una situación de crisis. El peronismo convirtió a la clase trabajadora en un actor de la vida política a costa de liquidar su independencia, borrando las tradiciones más anticapitalistas del proletariado y estableciendo un rígido sistema de control sobre ella, mediante la regimentación del Ministerio de Trabajo y el poderoso control de la burocracia sindical.
Pero cuando las condiciones políticas y económicas cambiaron, el peronismo en el poder tuvo que empezar a atacar a la clase trabajadora. Su incapacidad para llevar adelante la tarea de imponer nuevas condiciones de explotación a una clase obrera que resistía esos intentos, fue lo que condujo a su caída. Frente al golpe del 55’, Perón prefirió “rendirse para evitar un baño de sangre” (que los trabajadores igual sufrieron), la dirección de la CGT negoció con el gobierno de facto y la burocracia política del “estado peronista” huyó raudamente. La clase obrera resistió en soledad el golpe militar, mientras que el “peronismo oficial” escapaba.
Alejandro Horowicz dice en Los cuatro peronismos “el peronismo resultó el camino defensivo del movimiento obrero (…) a condición de que las diferencias se dirimieran parlamentariamente, pero mostró su incapacidad de defenderse eficazmente cuando la oposición política abandonó el terreno de la legalidad constitucional (Pág. 116)
Cuando la lucha de clases desbordó abiertamente los marcos de la legalidad burguesa, la clase obrera se halló incapacitada para responder a la altura de la circunstancias. Combatió heroicamente a la Libertadora, pero el peso de la dirección peronista, de su aparato y de la burocracia fue un gigantesco elemento limitante.

73-76: peronismo en el poder y represión a gran escala.

En los años 70, el peronismo en el poder cumplió el papel de liquidar las tendencias más revolucionarias de las masas que progresivamente iban cuestionando la dominación capitalista en Argentina.
Perón retornó al país después de 18 años de exilio de la mano de un formidable proceso de lucha de clases, donde los trabajadores, la juventud y los sectores populares fueron protagonistas. A partir de mayo del ‘69 se abrió un momento de crecientes luchas sociales que incluyeron semi-insurrecciones locales, durísimas luchas de la clase trabajadora con métodos radicalizados como las tomas con rehenes, el surgimiento de corrientes combativas y clasistas en el movimiento obrero y una creciente radicalización de la juventud y de los trabajadores. Perón fue la carta que tuvo que jugar la burguesía argentina, a su pesar, para intentar darle un cauce a este poderoso ascenso. Ese retorno tenía por objetivo liquidar las tendencias de creciente autonomía que se expresaban en la clase trabajadora y que podían conducir a la independencia política.
El peronismo en el estado fue el responsable de armar a la Triple A, imponer la Ley de Prescindibilidad, la reforma del Código Penal y la Reforma de la Ley de Asociaciones Profesionales. El difícil equilibrio que intentó con el Pacto Social, se complementaba con un ataque abierto a los sectores de avanzada: el sindicalismo clasista, las comisiones internas y cuerpos de delegados que no respondían a la burocracia, los sectores de trabajadores que salían a luchar desafiando de esa forma el Pacto Social.
En ese marco, la vigencia del peronismo se sostuvo en la liquidación de esas tendencias más avanzadas. Esto incluyó golpes brutales sobre el ala izquierda de su propio movimiento: Atilio López y Julio Troxler, peronistas asesinados por la Triple A armada por Perón. La masacre de Ezeiza: una masacre hecha por peronistas contra peronistas. Lorenzo Miguel, Victorio Calabró y el Gordo Rodríguez, dirigentes sindicales peronistas asesinando y entregando obreros peronistas. El Navarrazo, golpe policial contra el gobierno cordobés peronista “de izquierda” encabezado por Obregón Cano y Atilio López.
En este marco, las tendencias más avanzadas a la ruptura del movimiento obrero con el peronismo se expresaron en las Jornadas de Junio y Julio del 75, donde la clase obrera paralizó el país por primera vez en contra de un gobierno peronista al mismo tiempo que se movilizaba activamente desconociendo a sus direcciones sindicales. Las debilidades y la ausencia de una estrategia clara por parte de las corrientes que dirigían las Coordinadores Interfabriles fue el mayor límite que tuvo esta gran acción de la clase obrera para avanzar aún más.
El peronismo como “movimiento social” también fue un freno a las tendencias más radicales del movimiento obrero. Como se evidencia acá la burocracia sindical fue un freno central. Actuó primero frenando y traicionando las luchas, para luego directamente ser parte de la represión paraestatal, integrando las bandas de las 3A.
La izquierda sindical peronista, a pesar de su oposición a la burocracia, no fue capaz de estructurar una corriente política-sindical independiente. Como señalamos en este post, Atilio López fue parte de la “restauración peronista” en el movimiento obrero, aportando a liquidar las tendencias más radicales, como los clasistas de SiTrAC-SiTraM.
La izquierda peronista organizada alrededor de la Tendencia revolucionaria mostró sus enormes limitaciones estratégicas al privilegiar una guerra de aparatos contra las Fuerzas Armadas, al mismo tiempo que intentaban una presión “in extremis” sobre el propio Perón para obligarlo a ir más allá, hacia la “Patria Socialista”.
Tanto en cuanto “poder estatal” como en cuanto “movimiento social” el peronismo cumplió el papel de freno de esas tendencias más radicales. La “vigencia” del peronismo se basó en la derrota del movimiento obrero. Un parte central de su continuidad estuvo asegurada por la presencia de los políticos y burócratas sindicales que fueron “admitidos” por la dictadura de Videla.
En el post que acompaña a éste intentaremos señalar las condiciones de actualidad que permiten hablar o no de esa vigencia.

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