domingo, 15 de enero de 2012

Movimiento obrero y cristinismo (La vigencia del peronismo. Segunda parte)


Decíamos en el anterior post que la “vigencia” del peronismo tuvo un punto de apoyo en la liquidación de las tendencias más radicales al interior de la clase obrera y los sectores populares. Esas tendencias, que alcanzaron un punto muy alto en las jornadas de junio y julio del 75, fueron abortadas no ya por el peronismo en el poder, sino por la dictadura militar del 76 que aplastó al movimiento obrero secuestrando, torturando y desapareciendo a miles de compañeros y compañeras.
Los años del neoliberalismo, como ocurrió en todo el mundo, implicaron cambios en la estructura del peronismo, en la clase trabajadora y en la relación entre ambos. Como dice Daniel James “la diferencia está en la forma en la que el peronismo se relaciona con la clase obrera (…) a nadie se le ocurriría hablar del sindicalismo como la columna vertebral de peronismo actual. La forma de relacionarse con la masa es a través de los aparatos políticos. O del clientelismo. Hoy la unidad básica juega un papel que no tenía en el peronismo clásico. Y esto es un cambio en la sociedad, surgido del impacto de la ofensiva neoliberal de los últimos 30 años (…) Los sindicatos existen, claro, pero piense en una fuerza de trabajo en la que todavía hay más del 30 por ciento de trabajadores en negro”. Esto es señalado por los mismos blogueros peronistas como lo hace Abel acá.
Pero el peronismo en el poder fue parte de esa ofensiva contra el movimiento obrero. El menemismo fue el peronismo en la época de la restauración burguesa, aplicando los planes neoliberales, atacando la salud y la educación públicas, avanzando en las reformas del mercado laboral, permitiendo un avance fenomenal de la desocupación y el trabajo precario. Este ataque contra las condiciones de vida de las masas fue acompañado y avalado por todo el peronismo en el poder político.
El peronismo como “forma de poder estatal” cumplió esta función, mientras que el peronismo como “movimiento social”, expresado en la dirección de la clase trabajadora en manos de la burocracia sindical, se convirtió en garante de estos ataques paralizando las fuerzas de la clase trabajadora, traicionando las grandes peleas contra las privatizaciones y permitiendo el aumento constante de la desocupación.

El peronismo y su vínculo orgánico con la clase trabajadora

El peronismo actual, en su versión cristinista-kirchnerista (una coalición como lo hemos definido) no escapa a la crisis de representación de los partidos políticos que hizo eclosión en el 2001. El modelo “nac&pop” no ha sido suficiente como para recomponer una relación orgánica profunda entre peronismo y clase trabajadora.
Si el peronismo de los orígenes pudo crear un vínculo duradero con la clase trabajadora, las bases sociales y económicas que dieron nacimiento a esa relación no se sostienen en la actualidad y tienen pocas posibilidades de recrearse, en el marco de la crisis internacional en curso y de las primeras respuestas que está dando el gobierno nacional a la misma.  
Hoy no existe en el amplio abanico peronista, alguien que simbolice para las masas trabajadoras, grandes conquistas o el ingreso a la “ciudadanía política y social”. La “fuerza” de Perón derivaba de lo que el viejo líder representaba para las masas obreras que lucharon por su retorno. Era el símbolo de las conquistas logradas contra las patronales y que los gobiernos de la Libertadora intentaban arrancar.
La huida tras el golpe del 55’ evitó que la clase trabajadora procesara una experiencia con ese “primer peronismo”. Los ataques de la burguesía reforzaban ese vínculo ya que el peronismo había logrado instalar en la conciencia de las masas obreras la confianza en el accionar paternalista del estado burgués.
Pero en las actuales condiciones, las conquistas perdidas en los años de neoliberalismo no fueron “devueltas” por el kirchnerismo. A pesar de la grandilocuencia de los discursos sobre la “igualdad”, el salario de amplias franjas de trabajadores se mantuvo al mismo nivel de los últimos años de la convertibilidad. La creación de gran cantidad de puestos de trabajo se hizo a costa de una enorme porción de trabajo en negro e inestable (precarizados/contratados), el problema de la vivienda siguió sin resolverse y ante los reclamos surgió la represión contra el pueblo trabajador, como en Ledesma o Soldatti.
Aunque para millones de trabajadores y jóvenes, al lado de los terribles años del menemismo y De la Rua esta situación es mejor, no hay grandes conquistas bajo los gobiernos kirchneristas comparables en magnitud a lo obtenido bajo Perón. Hoy es altamente improbable que la clase trabajadora dé “la vida por Cristina”, aunque el peronismo siga siendo la opción política más votada por la clase trabajadora y los sectores populares.

Cristina no es Perón y Moyano no es Vandor

De esos mismos límites deriva la incapacidad de CFK para ejercer un control más real sobre la burocracia sindical. Si Perón pudo disciplinar a Vandor e imponer sus líneas directrices desde el exilio, el cristinismo tiene enormes límites para cumplir un papel similar. Como señala la revista El Estadistael sindicalismo como corporación, funciona de una manera orquestadamente eficaz, ya que, a diferencia de lo sucedido en los gobiernos de Juan Domingo Perón, la CGT tiene un mayor grado de autonomía no sólo respecto al Estado sino también en relación a los partidos políticos (…) el movimiento sindical argentino no puede ser fácilmente controlado desde arriba”. Es precisamente de esa situación que surge la imposibilidad para el gobierno de crear una fracción propia dentro del sindicalismo.
Pero si CFK no tiene la legitimidad que tenía Perón, la burocracia sindical actual tampoco goza de un gran prestigio. Si durante los años de la Resistencia Peronista y los años 60’, las conducciones sindicales gozaron de una cierta legitimidad, la misma estuvo en consonancia con tomar el reclamo de la vuelta de Perón.
Hoy, luego del retroceso de los años 90 y de la transformación de sectores de la burocracia en empresarios, las conducciones sindicales tienen un alto grado de cuestionamiento en la base de la clase trabajadora.
La actual burocracia sindical carga en sus espaldas las traiciones de los años neoliberales. Ese derrotero entreguista y mafioso ha dado los Daer, Zanola, Venegas o Moyano: dirigentes millonarios al frente de sindicatos hace décadas y que no permiten expresiones disidentes u opositores a su interior y que, durante las dos últimas décadas incluso avanzaron en convertirse en empresarios. Esta burocracia se sostiene por medio de métodos mafiosos como lo demostró cabalmente el asesinato de Mariano Ferreyra por parte de la patota de Pedraza, ejemplo extremo de un modus operandi altamente repetido. Expresión de esta crisis de legitimidad es el uso de las barrabravas por parte de la burocracia sindical para actuar contra los conflictos obreros que desafían su control.
Esta es la base del proceso de desarrollo del llamado sindicalismo de base que se viene expresando en importante luchas y se reforzará a la luz de las respuestas a los ataques capitalistas.

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