domingo, 3 de junio de 2012

Apuntes sobre estrategia, soviets y el carácter de la época. A propósito del debate con Ariel Petruccelli



Eduardo Castilla

El interesante debate que se viene dando en el blog de Juan Dal Maso nos invitó a escribir sobre algunas de esas cuestiones. En este post queremos enfocarnos en los que son puntos centrales de la discusión a nuestro entender: la cuestión que hace de la democracia soviética como forma política del estado transicional hacia el socialismo y la actualidad de la época de crisis, guerras y revoluciones. 

Soviets y representación política

El compañero Petruccelli señala que “Los soviets fueron una excelente institución para la lucha revolucionaria, pero una base absolutamente inadecuada para gobernar un país” y que “Para administrar una economía y un país entero (no digamos ya el mundo) esto es engorroso”
Es evidente que un sistema basado en la democracia directa tiene que empezar siendo “engorroso” como forma de gobierno. Esto no es un resultado del orden “natural” de las cosas, sino el producto de siglos de “acostumbramiento” de las masas a ser “gobernadas” o “representadas” (en la democracia burguesa). Pero de qué otra forma es posible avanzar hacia una sociedad de plena libertad sino es construyendo una maquinaria estatal donde, como diría Lenin, “una cocinera pueda dirigir los asuntos del estado”, superando la división entre “el campo de lo estrictamente económico” y el “de lo político” (Aricó).
El que los soviets hayan sido una “excelente institución para la lucha revolucionaria” (y para la insurrección y la toma del poder agregamos) es el resultado de su profundo carácter democrático, de su capacidad para actuar como “gobierno proletario”, tomando las reivindicaciones de las masas en su conjunto y llevándolas a la práctica, superando la división entre legislación y ejecución. Precisamente sobre esa base fue posible edificar la “institucionalidad soviética”. Entre los soviets como “órganos de la lucha revolucionaria” y los soviets como “poder organizado” se estableció una continuidad que surge del mismo accionar de las masas que, como se dice acá, rompen las barreras que las separan de la palestra política, derriban a sus representantes tradicionales y, con su intervención, crean un punto de partida para el nuevo régimen”
Así, la forma soviética (con esa u otra denominación) expresa la realidad viva de las masas en acción revolucionaria, superando no sólo a sus organizaciones tradicionales, sino incluso pegando enormes saltos en su conciencia política. Esta perspectiva suena utópica tras tantas décadas de ausencia de revolución, que crearon el sentido común que sólo ve masas capaces de trabajar y “delegar”.
La historia del siglo XX está llena de ejemplos de estas tendencias a la autoorganización de las masas que son frenadas por sus direcciones o derrotadas directamente por la represión estatal. La forma política de democracia burguesa representativa ha sido el mecanismo con el cual han sido frenados muchos de esos procesos. 

El pluripartidismo soviético

En su primer texto, el compañero Petruccelli señalaba que el multipartidismo soviético: ¿dónde existió? ¿por cuánto tiempo? Respuesta: luego de tomar el poder sólo en Rusia, y sólo por unos pocos meses (más o menos meses, según tomemos como criterio su existencia real o su existencia legal: prohibición de partidos y fracciones).”
El programa del pluripartidismo soviético partía de las enormes diferencias que existían al interior de la sociedad en cuanto a su composición social, cultural y política. León Trotsky señalaba en La Revolución Traicionada que “las clases son heterogéneas, desgarradas por antagonismos interiores, y sólo llegan a sus fines comunes por la lucha de las tendencias, de los grupos y de los partidos. Se puede conceder con algunas reservas que un partido es una “fracción de clase”. Pero como una clase está compuesta de numerosas fracciones -unas miran hacia delante y otras hacia atrás-, una misma clase puede formar varios partidos”
Es decir, la norma programática establecida en el programa del trotskismo (que fue también el programa de Lenin) apuntaba a garantizar la plena representatividad de la clase obrera y los explotados en su conjunto. La prohibición de fracciones y partidos de oposición fue una medida excepcional tomada en el medio de una crisis social y política enorme. Precisamente por ello no puede ser elevada a norma absoluta como han intentado mostrarla muchos detractores de la revolución rusa.
Lo que debería analizarse es si la toma del poder por la clase obrera, derrocando el poder de los capitalistas, necesariamente implica un régimen de este tipo como forma de expresar las diferencias sociales realmente existentes. Si la clase obrera rusa, sobre la que escribían Trotsky y Lenin, tenía divisiones en su seno, la actual masa asalariada no escapa a esa realidad. Por el contrario, los años de avance neoliberal han llevado a una enorme división al interior de las filas obreras en todo el mundo. Paralelamente a este retroceso se dieron avances culturales de amplias franjas de las masas que abren el abanico a multiplicidad de gustos, ideas y tendencias en todos los planos de la realidad. El gigantesco salto dado por los medios de comunicación permite además que esas diversas visiones del mundo encuentren expresión abiertamente. ¿Cómo pensar entonces una sociedad donde no haya agrupamientos de todo tipo que expresen esas tendencias sociales?
Tan sólo pensando en términos nacionales, las enormes divisiones objetivas de la clase obrera argentina entre tercerizados, precarizados, trabajadores en negro y en blanco, entre inmigrantes y nativos, entre trabajadores de las grandes ciudades y del interior, así como las divisiones entre la mujer trabajadora y los hombres, imponen bases materiales para el desarrollo de diversas tendencias políticas. De ahí que un gobierno de los trabajadores debería necesariamente tomar características pluripartidistas.

Una necesaria explicación histórica

El compañero Petruccelli, en estos posts, no se pregunta por las razones que llevaron a “La debacle ignominiosa del modelo soviético”. Por el contrario afirma que “a la luz de las evidencias, es inverosímil dar otra respuesta”. Pero es necesario explicarlo a riesgo de caer en un cierto empirismo.
El trotskismo parte de una serie de definiciones que fueron condensadas en La Revolución traicionada. ¿Son válidas las mismas o no? Aquí hemos realizado un análisis profundo de los procesos que surgieron luego de la burocratización de la URSS y los caminos por lo que avanzó la restauración capitalista. Lo hicimos polemizando con las concepciones que se sostuvieron durante décadas en la izquierda mundial. Se nos puede acusar de dogmatismo, ¿pero cuál es la explicación alternativa? ¿Y cómo se da cuenta sino del proceso que aconteció? Humildemente, aquí y aquí tomamos aspectos de ese método para tratar de “apuntar” sobre China en base a información completamente actual. Pueden ser errados los análisis, pero sino cómo explicar la dinámica de la realidad.
Precisamente porque hay que explicar el origen, el desarrollo y las contradicciones concretas del proceso histórico, es que la cuestión del régimen político y social no puede ser analizada en el aire. Para ilustrar el carácter concreto que pueden tomar las formas políticas de la transición al socialismo, nos permitimos una extensa pero excelente cita del año 1934, de un texto llamado Si Norteamérica se hiciera comunista, en la cual León Trotsky señalaba “Norteamérica soviética no tendrá que imitar nues­tros métodos burocráticos. Entre nosotros la falta de lo más elemental produjo una intensa lucha por conse­guir un pedazo extra de pan, un poco más de tela. En esta lucha la burocracia se impone como conciliador, como árbitro todopoderoso. Pero vosotros sois mucho más ricos y tendréis muy pocas dificultades para satisfacer las necesidades de todo el pueblo. Más aun; vuestras necesidades, gustos y hábitos nunca permi­tirían que sea la burocracia la que reparta la riqueza nacional. Cuando organicéis vuestra sociedad para producir en función de las necesidades humanas y no de las ganancias individuales, toda la población se nucleará en nuevas tendencias y grupos que se pelea­rán unos con otros y evitarán que una burocracia todopoderosa se imponga sobre ellos (…) La organización soviética no puede hacer milagros; simplemente debe reflejar la voluntad del pueblo. Entre nosotros los soviets se burocratizaron como resultado del monopolio político de un solo partido, transformado él mismo en una burocracia. Esta situa­ción fue la consecuencia de las excepcionales dificul­tades que tuvo que enfrentar el comienzo de la cons­trucción socialista en un país pobre y atrasado”.
Trotsky partía aquí de la premisa del desarrollo de la revolución social internacional. En la medida en que ésta se extendiera y triunfara en el conjunto de las naciones avanzadas, donde la riqueza social es mayor, sería cada vez menos tortuoso el desarrollo de la lucha de clases y las formas políticas que adquiría esta transición irían variando. El mayor o menor grado de riqueza social y cultura de las masas, son elementos centrales para evaluar los caminos que puede tomar ese desarrollo. Pero el mismo está ligado al avance de la lucha de clases mundial, proceso que fue interrumpido por la traición de los dirigentes del movimiento de masas y la derrota de los débiles partidos revolucionarios en los primeros años post Octubre.  

Época y etapa: la lucha de clases y la historia

La segunda cuestión central en el debate, nos lleva directamente a analizar el carácter de la época. En este caso, nuevamente creemos que se dejan de lado las explicaciones políticas e históricas.
Un aspecto es el que ha criticado Juan acá, cuando señala que se diluye el carácter de la época actual en el devenir de la historia de los últimos siglos. Pero además en el plano de la coyuntura, Ariel Petruccelli señala que “a principios del siglo XX la crisis no era sólo económica, sino total. Por ejemplo, la crisis iniciada en 1929 provocó en menos de un año un verdadero dominó de golpes de estado, cambios de gobiernos por medios no-constitucionales, intentos revolucionarios, ascenso del fascismo, etc. A principio de los años treinta las democracias liberales se habían convertido en casi una anomalía: el grueso de los estados eran o bien colonias, o bien estados independientes con regímenes fascistas o dictaduras militares (más la enorme URSS con su régimen de partido único). Hoy el panorama es el inverso. La crisis iniciada en 2008 sólo condujo a crisis políticas equiparables a las de los años 30 en Medio Oriente”.
¿Pero cómo se explica esto? ¿Por qué la crisis actual no condujo a una debacle abierta e inmediata como en los años ‘30? Porque la burguesía imperialista lo evitó, generando nuevos escenarios de crisis como el que sacude actualmente a Europa por la crisis fiscal de los estados, nacida al calor de los salvatajes de los bancos. Estos mecanismos impidieron que la crisis se transforme en un crack o en depresión de la economía mundial, pero no han impedido que se convierta en una recesión abierta. De allí que los fenómenos políticos tengan ritmos menos acelerados. Aquí y aquí hemos señalado algunos aspectos de esa dinámica europea. Pero lo que debe ser explicado es la diferencia de ritmos como resultante de determinadas acciones de las clases sociales y sus representantes políticos.
Eso altera la forma de manifestación de los rasgos centrales de la época imperialista, pero no su carácter. Ésta, definida por Lenin como “época de crisis, guerras y revoluciones” no puede ser entendida en un sentido abstracto. Nosotros hemos señalado claramente que la época tiene un elemento de carácter algebraico. Es decir, una definición que requiere ser concretizada a cada etapa histórica.
En este sentido (y aquí radica un punto central) es preciso preguntarse si esta etapa es el resultado de un proceso de desarrollo interno del capitalismo o es el resultado de la derrota del movimiento de masas. Los avances de la burguesía y el neoliberalismo durante las últimas décadas tienen una explicación fuertemente ligada a la lucha de clases. En América Latina fueron necesarias directamente dictaduras militares que impusieron los dictados del capital imperialista con campos de concentración y miles de desaparecidos. En Europa el período neoliberal se asentó en la derrota de durísimas luchas de la clase obrera como la huelga de los mineros ingleses o de los controladores aéreos norteamericanos.
Pero mirando el período aún más hacia atrás, la clase obrera y las masas pobres tuvieron en sus manos la posibilidad de conquistar el poder político, pero a su cabeza estaban direcciones fuertemente integradas al régimen capitalista. Esas direcciones fueron responsables de las derrotas o desvíos de esos procesos. Salvo que se quiere caer en el fatalismo histórico y decir que esa era la única salida posible a esos procesos, entonces es necesario sacar las conclusiones de la acción misma de las direcciones.

Una época convulsiva

León Trotsky señala aquí que “El carácter de la época no consiste en que permite realizar la revolución, es decir, apoderarse del poder a cada momento, sino en sus profundas y bruscas oscilaciones en sus transiciones frecuentes y brutales”
Esas oscilaciones son el resultado de las contradicciones estructurales de la época que se vuelven a poner de manifiesto, de manera exacerbada, luego de haberse evitado su estallido a fines de los años 70 mediante un avance sobre las condiciones de vida de las masas, un elevación de la tasa de ganancia global basada en la conquista de una parte del mundo, hasta el momento vedada abiertamente al capital imperialista, y la consecuente incorporación de un enorme ejército de trabajadores (más de 1000 millones de personas) que deprimieron el salario mundial y permitieron aún más avances del capital sobre la fuerza de trabajo.
Precisamente, como se señala acá, estamos viendo los límites de ese período, lo cual puede hacer que los valores algebraicos de la época de crisis, guerras y revoluciones, empiecen a concretarse bajo otros parámetros. De allí que la preparación consciente para giros bruscos de la situación, saltos a izquierda o derecha, donde como señala Trotsky en la obra citada anteriormente. Esa preparación, como señala Juan Dal Maso, implica una "actividad (que) se orienta a una práctica constante en el movimiento obrero, la juventud y la intelectualidad para aportar a la recomposición de una subjetividad revolucionaria".




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