jueves, 18 de abril de 2013

Tensiones políticas, pasiones sociales y tendencias a nuevos choques. Apuntes sobre la crisis en Venezuela




 Eduardo Castilla

Karl Von Clausewitz señala en el primer capítulo del libro De la Guerra que dos motivos impulsan a los hombres al enfrentamiento: los sentimientos hostiles y las intenciones hostiles. Si los primeros pueden ser encuadrados en el orden de las pasiones, los segundos deben buscarse en el orden de la razón. Si resulta complicado imaginar cualquier conflicto bélico sin la concurrencia de las pasiones, no son éstas sin embargo las que guían la guerra, sino la política, estrechamente ligada a la intención hostil. Pero el papel de las pasiones puede ser mayor en la medida en que grandes intereses se hallen en juego. Eso y no otra cosa es lo que sostenía el militar prusiano cuando escribía que “esa medida no depende del grado de civilización, sino de la importancia de los intereses en conflicto y de la duración del enfrentamiento”.
Clausewitz teorizaba la guerra entre estados, donde la política de los mismos era su sustancia, base de la voluntad que debía ser impuesta en el combate. Un sano intento de evitar las traslaciones mecánicas obliga limitar los efectos de estas formulaciones en el terreno de las relaciones entre clases sociales. Un marxismo que intente pensar desde la predominancia estratégica tiene que tomar las pasiones que se ponen en juego en los conflictos sociales. Cierto es que esas pasiones hallan su base material en los intereses de las clases. Pero sólo un materialismo estalinista (vale decir mecanicista) puede reducir la lucha de clases al interés económico directo.
Si trazamos una línea por la historia reciente de Venezuela, veremos que sentimiento hostil e intención hostil han estado presentes entre las masas por las últimas décadas. Esos sentimientos hostiles hacia el viejo régimen del Pacto de Punto Fijo se expresaron en las calles en el no tan lejano Caracazo que creó un nuevo punto de partida como toda gran acción de masas y “condujo” hasta el régimen chavista. Éste reconfiguró las tendencias políticas creando las bases para un desarrollo nuevo de sentimiento e intención hostil, dividiendo abiertamente a la nación y exportando esa división a escala internacional. 
Durante parte de la década que terminó la oposición venezolana, de la mano del imperialismo, intentó una política abiertamente golpista que fracasó y llevó al fortalecimiento del vínculo de las masas pobres con el chavismo. Esto no implicó que desapareciera la profunda división social que le daba origen a aquella política. El “golpismo” tenía raíces sociales profundas no sólo en la vieja casta política sino en fracciones de la misma burguesía, como lo mostró la presidencia de 47 horas de duración del burgués nativo Carmona allá por el 2002.

La emergencia de una fuerte crisis política

En estas horas de crisis que corren a paso veloz desde la elección del domingo no ha hecho más que emerger el sentimiento hostil de las masas. Sentimiento hostil que hoy se expresa claramente desde la derecha, como se ha visto en los asesinatos brutales cometidos contra trabajadores y militantes chavistas que defendían los CDI (Centro de Diagnóstico Integral) y las sedes de la Comisión Nacional Electoral. Esto tiene una expresión que ponen de manifiesto los 7 muertos y más de 60 heridos que se contabilizaban en la tarde del martes. Que los asesinos de esas personas sean grupos fascistas reclutados por la oposición como señala Elías Jaua, o que se trate de sectores antichavistas militantes convencidos no altera más que los niveles del fenómeno. Los grupos fascistas no podrían asesinar (e incluso intentar quemar viva a una persona) sino contaran con los sentimientos hostiles de franjas amplias de la población. Franjas que, en las elecciones del pasado domingo, intentaron torcer el rumbo del país por medio de la boleta electoral pero que, al fracasar, se movilizan activamente para imponer el recuento de los votos. Que el sentimiento hostil supera claramente a la intención hostil lo ponen de manifiesto los llamados de Capriles a movilizarse en paz. La suspensión de la marcha originalmente convocada para este miércoles en Caracas se hizo en aras de “controlar las emociones”.
Si tomamos una definición amplia de guerra civil, como la que esboza León Trotsky aquí, donde la lucha de clases rompe los marcos de la legalidad, podríamos decir que vimos elementos embrionarios de guerra civil en estas horas y que la suspensión de la movilización buscó evitar una escalada. Desde ese punto de vista, el enfrentamiento físico, basado en la profunda polarización social, está inscripto en la dinámica del conjunto de la situación. Evitarlo ha sido el objetivo de Capriles, pero eso no asegura que los sentimientos hostiles no emerjan por otros poros de la sociedad. 
Las opciones políticas están acotadas. Capriles ha retrocedido momentáneamente para evitar enfrentamientos mayores, pero se halla en una encrucijada. Es el verdadero ganador de la jornada del domingo, el candidato único e indiscutido de la oposición. Pero si retrocede en esta pelea puede perder su lugar de mariscal. Maduro, y el conjunto del chavismo, se hallan asimismo sobre el filo de la navaja. De ahí el adelantamiento el intento de cerrar la crisis por adelantado con las declaraciones del pasado lunes 15/4. De ahí también la extrema dureza de impedir la movilización proyectada para el miércoles. Permitir el recuento implicaba abrir una crisis política de larga duración con la legitimidad cuestionada. Negarlo y presentar el hecho consumado ha desatado otra crisis de las mismas características. Oposición y oficialismo están atados por la profundidad del antagonismo social. De ahí sus estrechos márgenes para retroceder. El sentimiento hostil impone su fuerza a la intención. 

La reemergencia de la derecha

En estos días que pasaron, la reivindicación del éxito electoral chavista ha sido repetida hasta el hartazgo por la intelectualidad autodenominada progresista.  Al mismo tiempo, la crisis detonada por la negativa de Capriles a aceptar los resultados de la elección ha sido condenada por antidemocrática. Pero donde los intelectuales resaltan las puras formas democráticas  y la ausencia de respeto hacia ellas, se encuentran poderosos intereses materiales. No sólo locales sino a nivel internacional. Es esa la explicación de la “presión diplomática” de EEUU en el sentido de pedir que se realice el recuento.
Capriles siguió siendo el candidato de la derecha pro-imperialista. Su “chavización”, como bien señala Fernando Rosso, fue un homenaje a la relación de fuerzas más general. Pero fue la forma táctica de intentar volver al poder que tuvo esa derecha. Cambiaron los medios pero no los fines. Si no cambiaron los fines quiere decir que la “voluntad” (en el sentido clausewitziano del término) que se mueve hacia esos fines tampoco desapareció. Por el contrario, la derecha imperialista siguió anidando en las grandes empresas multimedia, en los negocios ligados al petróleo, donde la creación de empresas mixtas le permitió seguir explotando los recursos del país y quedándose con parte de los activos de esas empresas. El Socialismo del Siglo XXI se presentó como una panacea que implicó una limitada redistribución de la riqueza. Importante para las masas pobres marginadas de la vida social y política por décadas, pero impotente para derrotar el poder capitalista atado al capital financiero internacional. La ideología del régimen chavista se presentó como socialista pero las bases materiales sobre las que se montó esa ideología pertenecen a una nación capitalista semicolonial atada estructuralmente al petróleo. Desde ese punto de vista, la continuidad del poder material de la derecha es terreno fértil para su emergencia política en esta coyuntura. En ese marco deben ser inscriptas las dos devaluaciones que llevó adelante Maduro y su impacto sobre el nivel de vida de las masas que, seguramente, abrieron la posibilidad del cambio de tendencia electoral y la fuga de votos hacia Capriles, incluso entre los mismos trabajadores, como señalan los compañeros de la LTS aquí.

Los límites del chavismo como movimiento político

El sentimiento hostil de las masas populares hacia la derecha se ha expresado en múltiples formas y ocasiones. Los resultados de las elecciones durante estos casi 15 años dieron cuenta de su identificación con Chávez como defensor de sus intereses frente a las agresiones de la burguesía opositora aliada al imperialismo. Pero ese sentimiento hostil no ha estado acompañado de una intención hostil clara del chavismo hacia los que son considerados los enemigos de la revolución bolivariana y el Socialismo del Siglo XXI.
En la década que terminó las masas populares demostraron dos veces heroicamente que estaban dispuestas a enfrentar los golpes de la derecha: en Abril del 2002, cuando por decenas de miles marcharon en defensa de Chávez y lograron derrotar el golpe orquestado por el imperialismo, los empresarios de Fedecámaras y sectores de las Fuerzas Armadas. Luego, enfrentando el durísimo lockout patronal en el petróleo que llevó a una enorme crisis de la finanzas del país a fines de ese año e inicios del siguiente. Esos dos triunfos de la acción de masas configuraron una relación de fuerzas a su favor.
Pero el chavismo, lejos de utilizarla para dar nuevas estocadas, prefirió actuar como Von Clausewitz afirmaba no debía hacerse en la guerra: de manera benevolente. La amnistía a muchos de los golpistas de abril del 2002 fue una señal de esa benevolencia política que mostraba la intención de negociar con las viejas clases dominantes.  El chavismo, al igual que el conjunto de los movimientos nacionalistas burgueses (algunos de los cuáles pueden ser tipificados como bonapartismos sui generis de izquierda) fue incapaces de desarrollar hasta el final el enfrentamiento con el imperialismo. Los finales de ese tipo de regímenes se reparten, grosso modo, entre la capitulación o el derrocamiento golpista. La respuesta de las masas a esos retrocesos siempre necesitó emerger desde abajo, rompiendo los diques de contención puestos por esas direcciones burguesas. El caso del peronismo es ilustrativo. Como hemos señalado alguna otra vez, citando a Alejandro Horowicz “el peronismo resultó el camino defensivo del movimiento obrero (…) a condición de que las diferencias se dirimieran parlamentariamente, pero mostró su incapacidad de defenderse eficazmente cuando la oposición política abandonó el terreno de la legalidad constitucional”. En estas horas hemos visto la emergencia de tendencias, aún muy incipientes, a la ruptura de la legalidad constitucional construida bajo el chavismo. Así, frente a una nueva situación que pondrá a prueba la capacidad de resistencia y acción de las distintas capas de la política y las clases de Venezuela, se abre una tarea urgente para las masas pobres y la clase trabajadora: superar los límites impuestos por la dirección política burguesa del chavismo.
Una de las paradojas del Socialismo de Siglo XXI es la limitada capacidad de acción autónoma que el chavismo permitió a las masas. El conjunto de las instituciones que durante años han sido propagandizadas como desarrollo de las tendencias a la autonomía de masas (milicias populares, consejos comunales, etc.) tiene más de intención y deseo que de realidad material. Es que las tendencias bonapartistas son incompatibles con el desarrollo de instituciones que tiendan hacia la autonomía. Algo sobre eso hemos reflexionado aquí.
La clase trabajadora y el pueblo pobre necesitarán poner de pie su propia organización política para intervenir en el desarrollo de esta crisis. Eso implica, como se señala en esta declaración la inmediata organización de formas de autodefensa frente a los ataques de la derecha, así como dar pasos en la organización de instancias propias de la clase trabajadora, capaces de permitir aglutinar sus fuerzas, tensarlas y prepararlas para los combates por venir.

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