viernes, 30 de marzo de 2012

Izquierda democrática e izquierda revolucionaria. Apuntes para el debate



Por Eduardo Castilla y Javier Musso

Hace unas semanas salió publicada en la revista Deodoro, editada por la UNC, un artículo titulado Plataforma 2012, Carta Abierta y después: algunas notas.  En la misma, se da cuenta, desde una óptica claramente oficialista, de los distintos reagrupamientos que existen a nivel intelectual. La nota aborda, entre otros temas, la contraposición entre izquierda democrática e izquierda revolucionaria, dentro de la cual se hallaría la corriente de intelectuales que se agrupa alrededor del FIT. Dicho sea de paso, el autor nombra a uno de los intelectuales marxistas más importantes de la actualidad, Eduardo Grüner, pero omite decir que es un activo participante de esa Asamblea.
Queremos centrar esta nota en el aspecto antes mencionado ya que nos parece central: la dicotomía entre una “izquierda democrática” (dentro de las que se hallarían Carta Abierta y Plataforma 2012) y la izquierda clasista (revolucionaria) con un discurso “adoquinado”, expresada por ejemplo en nuestro partido y en la Asamblea de intelectuales de apoyo al FIT.

Ecos del pasado


El autor de la nota no aporta nada nuevo a un debate que vuelve a emerger entre la autodefinida “Izquierda democrática” y la izquierda revolucionaria, agrupada en los partidos trotskistas. Este debate tuvo un punto central a fines de los años 70 y principios de los 80, cuando un sector importante de los intelectuales exiliados, decidió “abandonar” el “modelo insurreccional” y reemplazarlo por la estrategia de la “radicalización de la democracia”.
Fue en estos años que, por ejemplo, Oscar del Barco escribió que “el punto de partida de este trabajo lo constituye el reconocimiento del fracaso de la revolución rusa”. Años después, Aricó en La Cola del diablo enunció que “el reconocimiento de la derrota (…) nos obligó a pensar en otras formas de acción (…) capaces de conjugar política y ética, realismo y firmeza social” (Pág. 25) para luego agregar que “las elaboraciones de Gramsci forman parte de nuestra cultura y constituyen un patrimonio común de todas aquellas corrientes de pensamiento democráticas y reformadoras del continente” (Pág. 84)
Ubicados desde esa lógica, los ex integrantes de la revista Pasado y Presente, fueron parte activa de esta “revalorización de la democracia”. En Argentina, encontraron al “sujeto” de esas “transformaciones” en el alfonsinismo. La historia nos confirma en que terminaron esas ilusiones: Ley de Obediencia Debida, Punto Final, represión y asesinatos en los saqueos del hambre, entre otras “conquistas”. La izquierda democrática, nacida de la renuncia a las ideas de la revolución social, terminó en las “trincheras” del estado burgués, justificando el accionar del gobierno radical.

Democracia y consenso

El “fracaso” de la izquierda revolucionaria o clasista viene a ser, para estos sectores, su no reconocimiento de las bondades del régimen democrático burgués. La no valoración de la posibilidad de votar y elegir representantes para la dirección de la vida social. Al respecto, Perry Anderson ha señalado en Las antinomias de Antonio Gramsci que “La particularidad del consentimiento histórico conseguido de las masas en las modernas formaciones sociales capitalistas no se puede encontrar de ningún modo en su simple referencia secular o en su temor técnico. La novedad de este consenso es que adopta la forma fundamental de una creencia por las masas de que ellas ejercen una autodeterminación definitiva en el interior del orden social existente. No es, pues, la aceptación de la superioridad de una clase dirigente reconocida (ideología feudal), sino la creencia en la igualdad democrática de todos los ciudadanos en el gobierno de la nación (…) El consentimiento de los explotados en una formación social capitalista es, en este caso, de un tipo cualitativamente nuevo que ha dado lugar sugestivamente a su propia extensión etimológica: consenso o acuerdo mutuo” (resaltado propio)
En esa posibilidad de construcción de consenso alrededor de la creencia de que las masas ejercen una autodeterminación al interior del sistema, radica la fortaleza del régimen democrático burgués. No por algo Lenin la definió como el “envoltorio más dulce del capital”. Bajo la igualdad formal se esconde la desigualdad real que se expresa en que el verdadero control de la sociedad se halla en manos de los grandes grupos económicos. Las leyes consagran su dominio y la expropiación de las verdaderas decisiones de manos de las masas.
El régimen de la democracia capitalista puede sostener la apariencia de una igualdad formal mientras las contradicciones sociales y económicas no se agudizan. Pero cuando esto ocurre, la esencia del estado empieza a desplazar su apariencia. La experiencia actual en Europa puede servir de ejemplo para mostrar la dinámica que adquiere el régimen democrático burgués en momentos de crisis social, política y económica. El representante del “conjunto de la sociedad” se transforma en el gerenciador de los negocios capitalistas, el aplicador de ajustes contra las masas pobres y la clase trabajadora. Su “rol neutral” desaparece para dejar paso a una clara parcialidad a favor de los grandes bancos y empresas financieras, salvadas a costa de la miseria de la mayoría de la población. Incluso, el voto, último reducto de esta concepción ideológica, muestra su nulidad en Grecia y en Italia donde, virtualmente, asistimos a golpes de estado de los grandes grupos financieros y a la instalación de verdaderos tecnócratas al servicio de los mismos. Estos procesos devienen en la crisis y deslegitimación del mecanismo del voto, dando lugar a la emergencia de tendencias sociales diferenciadas, tanto hacia la izquierda como hacia la derecha.

Ni “izquierda” ni “democrática”

Así como los ex Pasado y Presente fracasaron en su proyecto de “radicalizar la democracia alfonsinista” hoy asistimos a una crisis de la intelectualidad K en su intento de “profundizar el modelo”. Los intelectuales agrupados en Carta Abierta, Argumentos y otras variantes ligadas al kirchnerismo se sirven de crecientes malabares para justificar su defensa de un gobierno que viene girando a la derecha desde hace ya más de un año. Cada vez les es más necesario acomodar la realidad política y conceptual a los esquemas preexistentes de defensa del modelo K.
Frente a cada hecho de la realidad, los intelectuales agrupados en Carta Abierta y otros sectores, más allá de denuncias parciales, han estado a la derecha en sus respuestas. Ante la emergencia de los problemas estructurales (como los que se expresaron en la masacre de Once y la defensa de lo “actuado” en ese momento, o en el discurso contra los docentes) han centrado sus intervenciones en la defensa del gobierno. Lejos de una denuncia abierta sobre las condiciones en las que viaja la enorme mayoría de la población trabajadora, los intelectuales de este espacio han avalado al gobierno.
Esta intelectualidad “nac&pop” también ha estado a la derecha en la “cuestión nacional”. No sólo por el tibio discurso ante la problemática de las Islas Malvinas, donde el discurso antibritánico va de la mano de garantizar los intereses de importantes multinacionales en el país. A eso le podemos adicionarla aceptación de la influencia del GAFI a través de la presión en función de la Ley Antiterrorista o la aceptación de la relación de la Gendarmería con la DEA como lo denuncia el mismo Horacio Verbitsky.
Pero además, la emergencia de los problemas estructurales implica, del lado del gobierno, el crecimiento de la criminalización de la protesta social. Lo vemos con la Ley Antiterrorista, el espionaje de Proyecto X y la represión en las provincias. Frente a esto, la intelectualidad agrupada en la llamada izquierda kirchnerista, a pesar de denunciar puntuales, también ha avalado esas medidas con su inacción. No basta con un discurso o unas palabras cada tanto contra alguna política del gobierno. No conocemos la actividad sistemática de esta “izquierda democrática” destinada a lograr la anulación de la Ley Antiterrorista o el desprocesamiento de los miles de luchadores obreros y populares. No la conocemos porque no existe.
Así, la “izquierda democrática”, igual que sus antecesores de Pasado y Presente, termina del lado del estado burgués, avalando sus políticas y justificando el aumento de las medidas represivas. Muy lejos de la izquierda y muy lejos de lo democrático.

El espacio intelectual y la izquierda trotskista

En un post de hace unos días señalamos que Diego Tatián hacía un “uso político” de la reseña de “Nueve lecciones sobre economía y política en el marxismo”. Tanto la reseña de Tatián como la nota que criticamos aquí, tienen en común un intento de descalificar las ideas trotskistas. Tatián lo hace mediante el uso de la falsa contraposición que Aricó establece entre Trotsky y Lenin en el libro reseñado.
Lejos estamos de presenciar una causalidad. Las corrientes trotskistas agrupadas en el FIT vienen siendo un actor esencial de la realidad política nacional, derribando el viejo discurso de que, a la izquierda del kirchnerismo, está la pared. Por el contrario, la izquierda viene de protagonizar una muy buena elección en el año 2011, derrotando la proscripción que quería llevar adelante el gobierno nacional.
Pero además se halla en el centro de la escena por ser parte activa de la oposición social, como se evidencia en las luchas obreras, en la denuncia de la masacre de Once y la responsabilidad del gobierno o en la persecución específica que se ejerce sobre los delegados, dirigentes y activistas como, por ejemplo, los integrantes de la Comisión Interna de Kraft. De ahí que los discursos sobre la “marginalidad” de la izquierda” atrasan cada vez más y sirven para justificar el apoyo a un gobierno en franca derechización.  
Un aspecto esencial de ese nuevo espacio se expresa en la Asamblea de Intelectuales que apoya al FIT. Como señala Hernán Camarero en esta entrevistaEl espacio potencial, las posibilidades de interpelar y de organizar desde nuestra Asamblea desde los planteos de la izquierda revolucionaria, son aún más grandes, porque el desgaste y el desprestigio del gobierno será creciente, y las diferentes expresiones de la “oposición” no tienen mucha consistencia, y estos dilemas y debilidades se proyectarán a sus agrupamientos intelectuales. Por eso, creo que es necesario hacer un fuerte relanzamiento de la Asamblea.”
Como se mostró esta semana, en las movilizaciones del 24 de marzo, la izquierda ganó Plaza de Mayo, pero además marchó en todo el país como un polo de la oposición política al gobierno nacional, frente a las ubicaciones completamente subordinadas de la llamada izquierda K  y algunos organismos de DDHH.
Hace unos días Manolo Romano escribía acá sobre el resurgimiento de la idea de una “izquierda insurreccional”. Frente a los límites que muestra el proyecto que se define como “izquierda democrática”, los debates que intentamos llevar adelante aquí van en el camino de construir una izquierda capaz de actuar ante los momentos convulsivos de la lucha de clases que el futuro proyecta sobre Argentina y empieza a mostrar claramente hoy en Europa y el norte de África. 


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