jueves, 31 de enero de 2013

La izquierda independiente y ese obscuro objeto del estado




Eduardo Castilla

Recientemente se conocieron las declaraciones públicas que anuncian divisiones en el seno de la izquierda independiente en función de la participación en las elecciones. Sobre esta cuestión salió a la luz, hace pocos días, este artículo de Aldo Casas. Además se puede leer algo sobre el mismo tema en este otro artículo, publicado por Claudio Katz, y del cual el amigo Fernando Rosso, hace una buena crítica en este post.
Aquí vamos a debatir con aspectos del artículo de Casas publicado en la revista Herramienta. Lo “novedoso” del artículo radica en el intento de teorizar sobre el estado, redefiniendo además, de manera radical lo político. Si durante la década que pasó, el estado fue una palabra maldita para gran parte de la izquierda independiente ahora, ante lo que parece ser una estancamiento político, el giro hacia la participación electoral se hace modificando los argumentos teóricos del ayer. A pesar de que se aclara al pasar que “construir poder popular no tiene nada que ver con dar la espalda al Estado”, en la nueva formulación, el estado se convierte en “terreno en disputa” por parte de las clases populares. 

El estado “en disputa”

Tratando de sembrar una nueva idea, dice Aldo Casas “El orden del capital es indisociable del Estado como estructura política de mando, que asegura su reproducción y evita que las contradicciones y antagonismos lo hagan estallar. Pero el Estado no es una cosa ni se reduce a un aparato de Gobierno. No es un artefacto externo a la sociedad. El Estado es una forma de relación social o, mejor dicho, un proceso relacional, dinámico, que se teje en interacciones recíprocas de los seres humanos, que se realiza en el conflicto y en cuya configuración participan también las clases subalternas” (resaltado del autor)
Esta definición deja más preguntas abiertas que certezas. ¿Qué quiere decir exactamente que las clases subalternas “participan” de la configuración del estado? La definición en sí misma es abstracta. Suponemos que no se está reivindicando aquí el mecanismo del sufragio que, a lo sumo, puede permitir un “recuento globular de fuerzas” (Engels) o la conquista de posiciones parlamentarias que sirvan para “llamar a la movilización extraparlamentaria” (Lenin) ¿o sí?
Que la burguesía puede cambiar su régimen de dominación, alterando las formas políticas, por ejemplo, pasando de un régimen democrático-burgués a una dictadura policial o militar y viceversa, para frenar un ascenso de masas, es un dato ineludible de la historia. De hecho, es lo ocurrido en Argentina entre 1973 y 1976 cuando la dictadura de la llamada Revolución Argentina es suplantada por el tercer gobierno peronista y luego éste, a su vez, por la dictadura genocida de Videla. Esa sucesión de regímenes obedece a la imposibilidad de frenar el ascenso revolucionario abierto a partir del Cordobazo. El mismo kirchnerismo como expresión particular del régimen democrático burgués tiene su origen en una acción del movimiento de masas como fueron las Jornadas de Diciembre del 2001. No como su expresión directa, sino como su negación en función de la reconstitución del régimen burgués como se explicó acá.
Como lo señaló Trotsky, en términos históricos “La burguesía creó y destruyó toda suerte de regímenes. Se desenvolvía en la época del más puro absolutismo, de la monarquía constitucional, de la monarquía parlamentaria, de la república democrática, de la dictadura bonapartista, del estado ligado a la iglesia católica, del estado ligado a la Reforma, del estado separado de la iglesia, del estado persecutor de la iglesia, etc. Toda esta experiencia, de lo más rica y variada, que penetró en la sangre y en la médula de los medios dirigentes de la burguesía, le sirve hoy para conservar a todo precio su poder. Y se mueve con tanta mayor inteligencia, finura y crueldad cuanto mayores peligros reconocen sus dirigentes”.
Pero en la forma que lo plantea Aldo Casas, parece referirse a la actividad cotidiana de las clases subalternas, no a grandes procesos revolucionarios o acciones históricamente independientes de las masas. De hecho, el artículo continúa en ese sentido, diciendo “la política está relacionada con esa cualidad humana que es la capacidad de actuar para construir las normas que regulan la convivencia”. Pero precisamente, en la construcción de las “normas de convivencia” el estado cumple un papel abiertamente coercitivo hacia las masas populares. La clase dominante tiene en sus manos la potestad de dictar las leyes, reformar los códigos (Penal, Civil, etc.) y utilizar el aparato represivo en función de regular su aplicación y continuidad.
Bajo el régimen de la democracia burguesa, el conjunto de las decisiones que hacen a la vida estatal en su conjunto, las toma una minoría y se concentran en las manos del poder ejecutivo del estado. Incluso el parlamento mismo es, como decía Lenin, un lugar donde se juntan a charlar para engañar al pueblo mientras las verdaderas decisiones se toman en el poder ejecutivo. Los intentos de “participación popular” en el estado terminaron en estrepitosos fracasos porque su única posibilidad era administrar y decidir sobre las migajas que el estado capitalista dejaba, una vez deducidas las partidas principales. Así, en lo cotidiano, no hay una construcción común de las “normas de convivencia”, sino imposición desde el vértice superior del aparato del estado.
Pero volvamos al argumento de Casas. ¿Qué significa que el estado se teje en interacciones recíprocas de los seres humanos? ¿De qué clase de reciprocidad estamos hablando? ¿Y de qué clase de interacciones? Las interacciones más comunes existentes entre las clases dominantes y el conjunto del pueblo trabajador están ligadas a la explotación y la opresión en sus múltiples y disímiles formas. Sobre esas bases, que tiene un punto nodal en la búsqueda del lucro capitalista, se constituyen las relaciones entre las clases. El conjunto del aparato estatal está destinado a perpetuar esa “estructura de interacciones”.
La historia demuestra que la “influencia” de las clases subalternas sobre el estado sólo puede ser el resultado de verdaderos procesos de masas que obliguen a la burguesía a cambiar el régimen de conjunto o modificar aspectos sustanciales en función de una amenaza severa a su dominio. Esto no implica que el estado y los gobiernos no puedan dar concesiones progresivas parciales, pero las mismas tienen la función de desactivar la actividad independiente de las masas o adquirir algún tipo de prestigio, aprovechando las demandas de sectores explotados y oprimidos. Leyes como la del Matrimonio Igualitario son importantes conquistas, pero presentarlas como un “aporte” de las masas a la configuración del estado, implica embellecer un conjunto de instituciones que, mientras otorgan estas conquistas parciales, siguen legislando en lo esencial al servicio de la clase dominante.

Política y economía (y la relación entre ambas)

Dice Casas “Habiendo bajado del pedestal “metafísico” en que suele colocarse al Estado, podemos intentar una redefinición radical de lo político (…) La política está relacionada con esa cualidad humana que es la capacidad de actuar para construir las normas que regulan la convivencia. Así como hay actividades orientadas a la reproducción material de la vida y la satisfacción de necesidades, la política es el ámbito de la confrontación activa en el que se decide cómo organizamos –y no sólo “ellos”, la clase dominante, sino también nosotros- la vida colectiva”
Esta parece ser una “redefinición radical” pero en relación al marxismo, ya que se insinúa una discontinuidad entre política y economía, propia de una definición liberal. Los términos “confrontación activa” sólo cumplen el papel de atenuar esa discontinuidad. Esa “confrontación” debe ser concretada histórica y socialmente, porque las “actividades orientadas a la satisfacción de las necesidades” se hacen en un modo de producción determinado, bajo ciertas formas de propiedad, lo que define el carácter concreto de la confrontación. Bajo el capitalismo, los intereses que emergen en la “esfera de las necesidades” tienen un carácter antagónico y desembocan en la lucha de clases. Cuando esta pelea asume un carácter generalizado, entra en el “terreno de la política”. León Trotsky señalaba que “cuando las tareas, intereses y procesos económicos adquieren un carácter consciente y generalizado (es decir, "concentrado"), entran, en virtud de este mismo hecho, en la esfera de la política, y constituyen su esencia. En este sentido, la política como economía concentrada, surge de la actividad económica diaria, atomizada, inconsciente y no generalizada”. Es decir, desde un punto de vista marxista (materialista) la política como tal “sintetiza” contradicciones que se expresan en el plano económico y no pueden resolverse en el mismo.
Si estos intereses tienen carácter antagónico, las políticas que se deriven de los mismos, deberán tener el mismo carácter aunque éste no se manifieste de manera inmediata y directa. Precisamente porque la esfera política tiene una autonomía relativa en relación a la económica, ésta no se refleja de manera mecánica en aquella. Pero la definición abstracta que hace Casas, termina permitiendo una “libre movilidad” de la política, más allá de sus determinaciones materiales.  

La “transición socialista” dentro de la democracia capitalista

Precisamente esa indeterminación de la relación entre lo económico y político, le permite plantearse una serie de “tareas” de la construcción de una nueva sociedad, sin expropiar a los grandes capitalistas. Dice Casas que “la construcción del poder popular incluye prever y prepararse para el momento en que deba afrontarse un momento de ruptura radical con el Estado capitalista y asumir la incierta conformación de un Estado radicalmente diverso (…) Pero digo también que ninguna “ley” histórica o “principio” teórico impone creer que todo cambio revolucionario queda supeditado a ese momento (…) la Historia y la vida misma muestran que es posible y necesario desafiar desde ahora el orden del capital y poner en marcha al menos rudimentos de un nuevo metabolismo económico social. El “Socialismo del siglo XXI” debe asumir que la revolución no consiste sólo en la expropiación del gran capital”
La “Historia” demuestra muchas cosas. En primer lugar que allí donde subsiste el gran capital, no hay ni rudimentos de socialismo. Los ejemplos de los estados de Venezuela y Bolivia, reivindicados abiertamente por la izquierda independiente son paradigmáticos. En Venezuela, la continuidad del llamado Socialismo del Siglo XXI, depende del ciclo vital de Hugo Chávez. En estos momentos de incertidumbre, todas las decisiones sobre la continuidad o no del régimen, se toman entre bastidores, por parte de dirigentes como Maduro y Diosdado Cabello sin que las masas ni las organizaciones populares tengan parte. En Bolivia, la discusión sobre la fundación de un Partido de Trabajadores impulsado por la COB, como se señala acá, expresa una oposición creciente del movimiento obrero al gobierno de Evo Morales que, por otra parte, también enfrentó la oposición de sectores campesinos en estos años. Así, donde aún subsiste el gran capital, a pesar del desarrollo de tipos de estado “modelos” para la izquierda independiente, “las clases subalternas” no tienen ningún papel en la “construcción” del mismo.  Sobre esta cuestión hemos escrito más ampliamente acá.
La “Historia” también demuestra que estas reivindicaciones de la “transición socialista” dentro de los marcos de la democracia capitalista, reaparecen cada tanto, con diversos ropajes políticos, pero con la misma lógica al fin. A fines de los 70’, en el exilio, José Aricó escribía que “transformar una sociedad capitalista en socialista no significa planificar la producción, quitarle los medios de producción a los burgueses para entregárselos al estado (…) el socialismo puede lograrse con el consenso, con la democracia, con el autogobierno de las masas” (pág. 277). Es decir, se trata de argumentos que tienen poco de novedosos.
En esta redefinición radical del estado y su papel, Casas y este sector de la izquierda independiente terminan coincidiendo con la llamada “izquierda” kirchnerista. Diego Tatián, en el último número del Ojo Mocho, escribe a propósito del estado que “más bien (hay que) lograr que su institución ininterrumpida sea contigua a la potencia instituyente de los movimientos civiles, sociales intelectuales, sexuales-siempre en plural-a los que reconoce como su causa inmanente; es decir lograr que sea mínima la distancia con esos movimientos” (pág. 38). Así, franjas de la izquierda independiente así como la “izquierda” kirchnerista terminan en una lógica de “disputar el estado” mientras se “amplían derechos” sin que esto obligue a luchar por liquidar el dominio del gran capital.
Lo que podría ser sólo una discusión teórica, tiene ya expresiones políticas concretas. Los limitados objetivos de la política electoral de Marea Popular están a la vista. Como se dice acá, se trata de un “discurso vacío con adornos bonitos” y nada más. Lo que pone en evidencia esta presentación es que los “argumentos” no van precisamente para la izquierda. La búsqueda de ocupar un lugar en ese obscuro objeto llamado estado, parece estar “confundiendo” a esta fracción de la izquierda independiente.

1 comentario:

  1. Muy bueno. Creo que más allá de si reivindican la táctica electoral o no, distintos tipos de reformismo apelan a esta "participación popular" en el estado, o a ejercer presión sobre el estado. Ya sea en su variante política parlamentaria como la centroizquierda K o no K tipo FAP a través de proyectos de ley, etc., como en su variante más populista de militancia territorial (por ejemplo) con administración de distintas prebendas del estado (planes, comedores, subsidios). Me parece acertado haber puesto en el centro de la discusión la concepción sobre el Estado y no únicamente el debate sobre la política electoral. Saludos.

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